Opinión | Méritos e infamias

Koldo, el hombre blandengue

"Confiesa que no le suena aquel pisito del barrio de Salamanca con señoritas dentro"

Llegada de Koldo García al Tribunal Supremo.
Llegada de Koldo García al Tribunal Supremo.Jesús G. Feria.La Razón

Aldama, Koldo y Ábalos forman un tridente que suena a delantera vasca luchando por la zona de ascenso en la segunda división. Si es que existe con ese nombre la categoría de plata que tantas tardes de transistor rellenó, con penas y glorias, los dorados años ochenta de la nostalgia del Bollycao. “Criaturita, si seguimos igual”. Miren, este escabeche de las comisiones, los despachos y los favores adquiere, a medida que rascamos más en el agrio contubernio, el tacto aterciopelado de nuestra primera democracia. No tiene nada de Berlanga, como algunos señalan, no; pero sí todos los ingredientes de la España del pelotazo donde, a cobijo de la pátina de la libertad, se permitió a un montón de golfos forrarse. Aquellos tipos se olvidaban del coñazo del despacho acudiendo a otros coñazos: paquete de Winston, copa larga, gafas de cocha y muchas horas de barra antes de acabar en los pisitos de señoritas, porque nadie pisaba un burdel, claro. El tío de un amigo mío ya goza de la gloria celestial, pero la que disfrutó carnalmente se coció bajo el rancio perfume que segregaba un “bar de señoritas que fuman”, como él las calificaba. Así que nunca visitó el buen hombre un “puticlú”, las cosas como son. En Andalucía sufrimos las andanzas por los lupanares, con cocaína pagada por las arcas públicas, de altos cargos con tusonas, hetairas y pelandruscas al por mayor, pues parece que en este país si uno no pisa prostíbulo después de cerrar una buena mangoleta la cosa no tiene gracia y se gafa. Entonces en el sur había mucho poderío y así se explica la romería. Koldo nos defrauda, lo niega todo y confiesa que no le suena aquel pisito del barrio de Salamanca con señoritas dentro. Vaya, no entró jamás, como el tío de mi amigo que nunca se fue de putas, truncando nuestras expectativas nostálgicas, rompiendo nuestra ilusión, convirtiéndose en el hombre blandengue. ¡Qué lástima!